• domingo, 30 de agosto de 2009

    Vida plena

    Había una vez un niño solitario. Vivía en el décimo piso donde sólo había adultos. Siempre se lo veía aburrido, sentado solo en un rincón. Sus ojos eran grandes y de mirada profunda, pero tenía una expresión de susto marcada en su rostro.
    No era normal que un niño no tuviera amigos y mucho menos que no se relacionara con la gente, ni con el mundo. Pero lo cierto es que esta criatura vivía en su mundo; un mundo lleno de felicidad, risas y juegos, donde el llanto y la tristeza no existían. Desde ese mundo era imposible tener algún contacto con los males externos, era imposible ser infeliz. Ese era el lugar donde se relacionaban todas las personas que eran como él, personas especiales que vivían de la mejor manera posible. No había día ni noche, ni línea temporal, se vivía siempre el presente sin pensar en el pasado ni esperar el futuro, ya que no existía. Nadie dejaba nada para después, ni se lamentaba de algún amor pasado; tenían una vida plena y se podría decir que casi perfecta.
    Sin embargo, los padres del niño se lamentaban, porque no era “normal” y al verlo solo, asustado y aislado, se les ocurría que era infeliz, que estaba sufriendo la peor de las desgracias. Decidieron entonces iniciar una serie de tratamientos con psicólogos, neurólogos y psiquiatras. Tras eses de sesiones y de tomar varios medicamentos, sus padres comenzaron a notar que de vez en cuando el niño se conectaba con al realidad, era capaz de percibir algo y luego volvía a su mundo.
    Así ocurrió durante varios años, y cada vez era mayor el período en el que el niño se hallaba fuera de su mundo, hasta que llegó un momento en el que no regresó nunca más. Se acabó esa vida perfecta, la continua felicidad, los colores y dejó de ser un privilegiado. El joven, que ya no era un niño, sintió una terrible angustia ya que se sentía ajeno a ese sitio.
    Si tan sólo sus padres hubieran comprendido que el hecho de vivir de una manera tan distinta llenaba su espíritu, no habrían hacho nada para cambiarlo…

    Amalita F.
    2º C

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