• miércoles, 5 de noviembre de 2008

    Esproemio de Merpaso

    Apenas él le pasaba el aceite a ella se le agolpaba el engrudo y caían en desesperación, en salvajes manotazos, en gritos exasperantes. Cada vez que él procuraba pelar las cebollas, se enredaba en un lagrimeo quejumbroso y tenia que voltearse de cara al caño, sintiendo cómo poco a poco las gotas se deslizaban, lo iban aliviando, limpiando hasta quedar tendido como el perezoso de Antonia, al que se le han dejado caer unas gotas de somnífero.
    Y eso era apenas el principio, porque en un momento dado ella se cortó los dedos consintiendo en que él aproximara suavemente sus curitas. Apenas se acercaban al horno, algo como una humareda los envolvía, los afixiaba y los ahogaba; de pronto era el pastel, la apestosa montaña de las cebollas, la negra humareda del horno, los restos del pastel en una sartén incendiada. ¡Fuego! ¡Fuego! Inesperadamente, en la cocina del bar se sentían gritos, alaridos y pataleos. Temblaba el techo, se vencían las columnas y todo se envolvía en el profundo humo, en llamaradas de fuego, en olores casi crueles que los sofocaban hasta el límite de las convulsiones.


    Maria Arismendi y

    Alejandra Rojas Paz

    1º A

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